¿Pensás que no lo entiendo? El sueño imposible. No de parecer, sino de ser. Cociente cada segundo. Vigilante.
Al mismo tiempo, el abismo entre lo que sos para los demás y lo que sos para vos, el vértigo y el constante deseo de, al menos, ser expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizás hasta aniquilada.
Cada palabra una mentira, cada gesto una falsedad, cada sonrisa una mueca.
¿Suicido? ¡Ah, no! Es horrible. Nunca harías algo así. Pero podés permanecer inmóvil y en silencio.
Al menos así no mentís. ¿Podés enclaustrarte, apartarte? Así no vas a tener que actuar papeles, no vas a tener que hacer gestos falsos.
Eso pensás.
Pero, ¿no ves? La realidad está en el camino, tu escondite no es impenetrable. La vida se te cola a través de todo. Y estás obligada a reaccionar. Nadie se pregunta si es real o falso, si sos de verdad o de mentira.
Esa pregunta es importante solo en el teatro. Y casi que ni siquiera ahí.
Te entiendo, Elisabeth.
Entiendo que estés en silencio, que estés inmóvil, que no tengas la voluntad puesta en este fantástico sistema.
Te entiendo y te admiro.
Creo que deberías mantener este rol hasta que se termine, hasta que deje de ser interesante. Después podés dejarlo. De la misma manera en la que dejaste, poco a poco, los otros.
miércoles, 16 de octubre de 2013
Monólogo de la Doctora en Persona, de Ingmar Bergman
(a Elisabeth, la actriz que se quedó muda e inmóvil de repente)
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